La cuarta función de Lucia di Lammermoor llegaba al Palau de les Arts precedida por las excelentes críticas que merecieron las tres funciones anteriores. No sé si la de ayer fue mejor o peor que las que la precedieron, pero desde luego no decepcionó a ninguno de los presentes. Este está siendo el primer título estrictamente belcantista que se representa en la sala principal del Palau de les Arts. Alguien debería avisar a quienes criticaron la ausencia de belcanto en las primeras temporadas del teatro, pues la afluencia de público no está siendo superior a la de otros títulos supuestamente impopulares (siempre según la peculiar vara de medir de quienes clamaban contra unas temporadas "demasiado germanófilas").
Empezaremos hablando de una puesta en escena, obra de Graham Vick, neutra, correcta y tan conocida ya que poco se puede decir sobre ella. Vestuario de época, paneles móviles, un árbol de cartón piedra y una luna sobredimensionada, nada que destacar ni que criticar.
En lo musical, tenía curiosidad por escuchar la dirección de Karel Mark Chichon, cuya contratación algunos han considerado el pago necesario para poder contar con la Carmen de su esposa, Elina Garanca, en el próximo Festival del Mediterrani. Pues bien, es innegable que Chichon sabe lo que es el belcantismo y cómo debe sonar una orquesta en Donizetti, esto es, siempre por debajo de los cantantes, nunca tapando sus voces, ni siquiera compartiendo el protagonismo. La orquesta, como es habitual, sonó estupendamente, pero con un volumen mucho más moderado de lo habitual. Mención especial merecen los solistas de arpa y flauta. Sin embargo, se echó en falta más variedad en el manejo de la dinámica, lo que provocó cierta linealidad, evidente sobre todo en el sexteto y en la escena final de Edgardo, fragmentos muy conocidos que hemos escuchado en mil versiones y sabemos que pueden y suelen sonar con más vida.
También el coro cantó en todas sus intervenciones tan maravillosamente como suelen hacerlo.
Ya que Chichon tuvo el acierto de ceder el protagonismo a los cantantes, es evidente que en ellos recae el mérito del gran éxito obtenido ayer. Nadie destacó en lo negativo, pues el nivel medio fue bueno en los papeles de menor importancia como Arturo (Angelo Antonio Poli), Alisa (Natalia Lunar) y Normanno (Enrico Cosutta).
Diógenes Randes, de quien sólo había escuchado sus Wagners en Bayreuth por la radio, me convenció como Raimondo, plegando su cálida voz, más de barítono que de bajo, a las exigencias de la partitura. También Vladimir Stoyanov estuvo correcto como Enrico, aunque tanto él como Randes, cantando bien como cantaron, juegan en una categoría inferior a la de los dos protagonistas.
Francesco Meli fue como Edgardo, para mi gusto, el mejor cantante de cuantos se subieron ayer al escenario de Les Arts. Con una voz agradable pero no especialmente destacable frente a las de otros representantes de su cuerda, es en su habilidad para el fraseo y en su inteligencia a la hora de gestionar los recursos de que dispone donde este joven tenor guarda sus bazas. Aún recuerdo su Don Ottavio en el
Don Giovanni del pasado 2007 como un prodigio de delicadeza, con un
dalla sua pace cantado en un elegante falsete al más puro estilo de la vieja escuela. Ayer combinó el falsete con el que coronó
Verrano a te su ll'aure con los ataques a plena voz (espectacular su agudo en el dúo con Enrico del tercer acto), siempre con gran musicalidad y con un excelente y variado fraseo. Arrancó merecidísimos bravos del público al final de su estremecedora aria, a pesar de un agudo un tanto inseguro.
La otra gran triunfadora fue Nino Machaidze en el papel principal. La soprano georgiana está convirtiéndose en un nombre destacado en la lírica actual a pasos agigantados, lo cual está plenamente justificado gracias a funciones como la de ayer. Tanto vocal como dramáticamente, Machaidze estuvo muy bien. Bella voz, técnica resuelta, agilidades nítidas y agudos escrupulosamente afinados, nada se puede echar en falta en su actuación. Su escena de la locura fue muy efectiva, cargando de intención todas su frases, incluso en el dúo apócrifo con la flauta que tanto rechazo causa entre los puristas del belcanto pero que a mí, particularmente, me gusta. Desgraciadamente no dio los sobreagudos, también apócrifos y que tampoco gustan a los puristas, pero que habrían puesto la guinda a su actuación.
No sé cuál será la media de edad de todo el reparto, pero no creo que sea muy superior a los treinta años. Gran noticia para quienes se preocupan por el futuro de la ópera: hay cantantes, y en algunos casos muy buenos. Ahora sólo falta que ocupen el lugar que les corresponde y que muchas veces está ocupado por camelos mediáticos, cuando no fenómenos de feria vocales.