Ayer asistí a la cuarta de las funciones de L'elisir d'amore en el Palau de les Arts y debo decir que salí contento, algo que aún no me había pasado esta temporada. No fue una noche perfecta, no es tampoco un título que me apasione, pero me divertí y tuve la oportunidad de disfrutar con un gran cantante como es Ramón Vargas.
Hay cierta división de opiniones entre los aficionados que han asistido a estas funciones y creo que el motivo principal de tal disparidad está más en la puesta en escena de Damiano Michieletto que en lo musical. Se trata de una coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real que ha visto la luz por primera vez en estas funciones y cuya idea principal consiste en trasladar la acción a una playa de nuestra época, transformando a Nemorino en un socorrista, a Adina en la dueña de un chiringuito, a Belcore en un marino de permiso y a Dulcamara (y esto ha sido lo más polémico) en un camello. Tenía mis reservas sobre esto último, es un tema delicado y no sabía si Michieletto lo habría sabido manejar adecuadamente, pero lo cierto es que me convenció, y una gran mayoría del público pareció incluso simpatizar más con Dulcamara que con los otros personajes. En conjunto, mi opinión es que la actualización playera es todo un acierto, pues sigue siendo un paisaje tan costumbrista como el original pero mucho más dinámico y divertido para el público actual. Y es que para tragarse un Elisir con una escenografía fiel al libreto a estas alturas hay que tener voluntad. Además, la publicidad que se hace de tres marcas comerciales presentes en la escenografía supongo que habrá generado ciertos ingresos que no vendrán nada mal.
Fabio Capitanucci lució una voz de barítono sana y joven y también se involucró mucho en su actuación como Belcore, pero se echó en falta algo más de imaginación en el fraseo.
Hay cierta división de opiniones entre los aficionados que han asistido a estas funciones y creo que el motivo principal de tal disparidad está más en la puesta en escena de Damiano Michieletto que en lo musical. Se trata de una coproducción entre el Palau de les Arts y el Teatro Real que ha visto la luz por primera vez en estas funciones y cuya idea principal consiste en trasladar la acción a una playa de nuestra época, transformando a Nemorino en un socorrista, a Adina en la dueña de un chiringuito, a Belcore en un marino de permiso y a Dulcamara (y esto ha sido lo más polémico) en un camello. Tenía mis reservas sobre esto último, es un tema delicado y no sabía si Michieletto lo habría sabido manejar adecuadamente, pero lo cierto es que me convenció, y una gran mayoría del público pareció incluso simpatizar más con Dulcamara que con los otros personajes. En conjunto, mi opinión es que la actualización playera es todo un acierto, pues sigue siendo un paisaje tan costumbrista como el original pero mucho más dinámico y divertido para el público actual. Y es que para tragarse un Elisir con una escenografía fiel al libreto a estas alturas hay que tener voluntad. Además, la publicidad que se hace de tres marcas comerciales presentes en la escenografía supongo que habrá generado ciertos ingresos que no vendrán nada mal.
Dicen quienes asistieron a las primeras representaciones que a Omer Meir Wellber se le fue un poco la mano con las dinámicas, pero ayer estuvo muy controlado y no salió de una eficiente corrección, impersonal y sin demasiada chispa, pero corrección al fin y al cabo. La orquesta volvió a lucir su sonido impecable y el coro volvió a destacar por su calidad, además de por lo bien que actuaron en una puesta en escena que los mantiene casi siempre en escena.
Entre los solistas, el mejor con diferencia fue el tenor mexicano Ramón Vargas, un cantante elegante, con buen gusto y un técnica sólida. Su voz, antaño brillante y de gran belleza, se ha tornado opaca y ha perdido parte de su atractivo, algo normal en un cantante con treinta años de carrera a sus espaldas. Este deterioro, nada alarmante pero incuestionable, fue especialmente notorio durante sus primeras intervenciones, pero a medida que avanzaba la obra la voz de Vargas iba calentándose y ganando en presencia y calidad. Sin embargo, no fue su voz sino su arte lo que disfrutamos más ayer, especialmente en la famosa Una furtiva lagrima, que cantó de forma exquisita, recreándose con unos reguladores y un alarde de fiato de primer nivel. En la faceta actoral, Vargas estuvo muy entregado, componiendo un Nemorino ingenuo pero sin caer en la caricatura.
Por contra, Aleksandra Kurzak no me gustó como Adina. Quizá esperaba algo más, dado que para muchos es una de las promesas más firmes del belcantismo, pero lo cierto es que no me gustó ni su voz, con un timbre agrio en los agudos y sin graves, ni cómo resolvió las agilidades, ni me pareció que destacara por nada en su interpretación. No se si tuvo un mal día o es que no supe apreciar los detalles que han gustado a otros oyentes, pero me pareció una cantante de lo más normalito.
Ilona Mataradze me gustó más en su breve intervención como Gianetta. Tiene una voz bonita y que corre adecuadamente y estuvo muy metida en su papel.Fabio Capitanucci lució una voz de barítono sana y joven y también se involucró mucho en su actuación como Belcore, pero se echó en falta algo más de imaginación en el fraseo.
Y por último, Erwin Schrott, ya un habitual del Palau de les Arts, demostró una vez más con su Dulcamara la calidad de su voz, grande y bien proyectada, y lo mal que la utiliza a causa de su mal gusto como intérprete. Histriónico hasta lo desagradable, sobreactuado, perdiendo la impostación cada dos por tres en busca de efectos supuestamente cómicos que desestabilizaban la linea de canto hasta hacerla casi irrecinocible (se cargó la barcarola del segundo acto él solito, mientras la pobre Kurzak intentaba cantarla como se debe), uno no puede dejar de lamentar que una voz de calidad se use de esa forma. Sin embargo, el público le aplaudió a rabiar, casi tanto como a Vargas, lo cual me hace ser muy pesimista sobre el futuro de la interpretación operística. Ojalá Schrott acabe topándose con un director musical que lo meta en cintura, pues los cantantes con tendencia al desmelene suelen necesitar de un director fuerte que los frene (como Mario del Monaco con Mitropoulos o Karajan, que lo llevaban atado en corto y le sacaron sus mejores interpretaciones). Si alguna vez algún teatro reuniese al Dulcamara de Schrott y al Nemorino de Villazón en un mismo Elisir, tiemblo solo de pensar lo que podría pasar.
10 comentarios:
Un cop més m'he divertit llegint la teva intel·ligent crònica. Hi ha més nits oblidables que de les altres però també n'hi ha de mitjanament passables com aquesta que ens expliques.
Jo també sóc molt varguiana i em costa imaginar a aquell senyor fent de Nemorino i amb calça curta. Té massa gravetat en si mateix i li va bé el tipus místic, com ara Lenski. El que dius de Schrott és cert i sap greu. A l'homenatge que varen fer-li a Madrid a Plácido Domingo no va parar de fer el ganso i es va carregar la preciosa ària de Leporello lloant al seu senyor.
Una abraçada, Titus!
Estupenda crónica, as usual, con la que coincido absolutamente.
Como asistí a la misma función que tú y además tuve la oportunidad de estar en el estreno, te confirmo que Wellber sonó mucho mejor el domingo. Controló el desaforado volumen (no así la gestualidad) y la Orquesta sonó bastante más acoplada.
Las voces, sin embargo, me gustaron más el estreno. Vargas estuvo un poco más justito y la "furtiva lágrima", aun siendo estupenda, estuvo lejos de la maravilla ofrecida en el estreno donde se marcó al final una messa di voce antológica.
Erwin estuvo mejor vocalmente también en el estreno aunque mucho más contenido en su desbarate actoral el domingo.
Lo que está claro es que ha sido vocalmente en conjunto lo mejor de la temporada.
Esperemos que en Mefistofele siga la buena racha (al menos sabemos seguro que ningún director de escena la va a fastidiar).
Un abrazo a toda la familia imperial.
Glòria, Vargas sap construir un Nemorino molt bó, amb calça curta i tot. El seu és un Nemorino ingenu, entranyable, però molt lluny de la paròdia de "tonto del poble" que acostumen a fer altres tenors. Schrott, en canvi, sí que és una paròdia, una caricatura de el que deuria ser un autèntic Dulcamara.
Atticus, estoy de acuerdo en considerar a este Elisir lo mejor en lo que llevamos de temporada, lo cual dice muy poco de la temporada porque en realidad, quitando a Vargas y a Michieletto, era todo bastante mediocre (orquesta y coro aparte). Sobre Mefistifele, aunque a priori es la obra más atractiva de la temporada, aún no me he decidido. Las entradas que se han puesto a la venta me parecen caras para ser una versión concierto, y cuando salgan las más baratas serán traseras, con el consiguiente mal sonido calatraveño. Hay unas pocas laterales baratas que todavía no han salido a la venta, si puedo pescar una de ellas igual me animo, si no, me quedaré en casa y me pondré el DVD con Ramey y Benackova.
Avui, precisament, a la contra d'"El País" venia una entrevista a l'Schrott on el cantant explicava que l'afició a la música li venia de la seva mare, que era pianista, i del seu avi, que era cec i tocava el violí... Esgarrifa't!: En una orquestra de braille!!! :))
P.S. Em tens ben enganxat amb la cançó encadenada darrera, ja que l'única que se m'acut em fa vergonya dir-la. Si no atino en cap més, però, al final la proposaré.
Orquestra de braille? Supose que llegiran el braille amb els dits dels peus, perquè si no ja em diràs com toquen.
Ja sé quina cançò és la que estàs pensant, haha!! S.E.W.C?
A la feina, vaig fer el comentari sobre l'"orquestra de braille" i ens petàvem de riure quan una companya se li va ocórrer dir que, segons aquesta definició, les orquestres on hi toquen vidents són, doncs, “orquestres de tinta” (en el nostre argot, del llibre original que transcrivim al braille en diem "el llibre en tinta").
De acuerdo con tus comentarios respecto a la escena y las voces.Gianetta me sorprendió desde el primer momento pues me pareció que la calidad y dominio de su voz quedaba por encima de la de Adina. Una propuesta fresca y un Nemorino más inocente que tonto. Respecto a la hiperactividad de nuestro nuevo director, pienso que se hace notar en el resultado de la orquesta. No me sonó tan compacta ni empastada como otras veces en algún momento del segundo acto. Aún así siguen siendo, junto con el Coro lo mejor de Les Arts.
Me alegro de que concordemos, Amparo.
Wellber, efectivamente, parece no haber acabado de encontrar el punto a la orquesta. No me extraña, por otra parte: una orquesta acostumbrada a la batuta sobria de Maazel de repente se encuentra con el director de gesto más excesivo del panorama musical, es lógico que no acaben de entenderse.
La coral amb què arranca el primer acte crec que va ser un desastre. l'orquestra anava per un lloc i les veus per un altre almenys una vintena de compasos. Com vaig tirar en falta el Lorin! vaig patir tot el primer acte, després ja es va arreglar la cosa, i llevat d'un excés de volum cap al final del segon acte (sobretot quan cantava el Vargas) va tornar a sonar com sempre.
No veig què li trobeu al Vargas; seré jo, que no li veig la gràcia: no em va agradar ni el timbre de la veu ni les modulacions, ni la potència, ni la seua faena com a actor. En canvi em va agradar molt l'erwin, fent el pallasso, em recordava el macarra de platja ( o almenys de la platja on vaig jo).
No sé si parlem de la mateixa funció o d'una altra diferent. Jo en la del diumenge passat sí que vaig notar lleugers problemes amb el ritme del cor i el de l'orquestra al principi de l'òpera, però es va subsanar ràpidament, o al menys jo els vaig deixar de notar. Tot i així, jo també vaig trobara a faltar una direcció amb més personalitat.
Sobre Vargas i Schrott, crec que és impossible que a un mateix aficionat li agraden els dos, són com les dos cares de la moneda. No negue que Schrott fa molt bé de macarra, però no ho fa tan bé com Dulcamara.
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