La ópera Esponsales en el monasterio de Sergei Prokofiev se despidió ayer del Palau de les Arts de Valencia con una función muy divertida, bien cantada y con una puesta en escena bella y eficiente. El público, al parecer, prefirió ir al fútbol y el Palau se quedó medio vacío, algo especialmente notable en los pisos superiores y en los laterales, que quedaron totalmente vacíos. En parte lo entiendo, ver ganar al Valencia es algo que pasa muy pocas veces (jijijiji), pero los que decidieron no asistir se perdieron un gran espectáculo, de los más redondos que se han visto en el Palau. Para empezar, la producción de Daniel Slater para el festival de Glyndebourne destaca por lo bien que resuelve los cambios de escena, con unos paneles móviles que nos hacen pasar de un exterior a un interior en apenas unos segundos y por lo acertado de su estética, cláramente bufa pero sin caer en la exageración, colorista sin llegar al empacho y sobre todo muy respetuosa con el movimiento de los cantantes, que parecieron encontrarse muy cómodos en el escenario.
Quien también se preocupó de que los cantantes estuvieran cómodos fue el director Dmitri Jurowski, que controló en todo momento el volumen de la orquesta para que nadie quedase tapado. En todo caso, se podría criticar una falta de brillo, sobre todo comparado con el sonido que suele sacarle Maazel, pero aún así me gustó mucho su dirección. Entre los cantantes, todos ellos correctos en lo vocal y en lo actoral, algo muy importante en una comedia, destacaría a Vladímir Matorin en el papel de Mendoza y a Liubov Petrova como Luisa. Ambos fueron los más aplaudidos y braveados de la noche, junto con Jurowski.
En general una gran oportunidad de escuchar una ópera poco habitual que suele gustar a todo el mundo, tanto por sus bellísimos momentos líricos a cargo de los jóvenes enamorados como por las situaciones cómicas, entre las que destacaría el encuentro entre la dueña y Mendoza que causó la carcajada general en más de una ocasión. De hecho, fue bonito ver como la inicial frialdad del público ante una obra desconocida (y encima en ruso) iba perdiéndose a medida que se sucedían las escenas. Para cuando llegó la divertidísima escena final, el director y los cantantes ya se habían metido al público en el bolsillo.
1 comentario:
Me alegro que disfrutaras. Coincido con tu opinión al 100%.
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