La de ayer fue una de las mejores noches de ópera que se recuerdan en la breve historia del Palau de les Arts, una de esas noches en las que todo, cantantes, orquesta y escena, está a una gran altura y se integra en la búsqueda de algo tan wagneriano como es el ideal (inalcanzable, como todos los ideales) de obra de arte total.
Siegfried es quizá la más difícil de llevar a cabo de entre las óperas que forman el ciclo del Anillo wagneriano, y eso se debe a que para hacerlo de forma correcta hay que encontrar un tenor que sea capaz de afrontar el reto que supone canta el papel que da nombre a la ópera, un papel agotador que exige una fuerza física y una resistencia que muy pocos tienen. Hay tenores que cumplen estos requisitos pero descuidan el fraseo, las dinámicas, las regulaciones... el canto, al fin y al cabo. Y un cantante que descuida el canto es del todo inaceptable, por mucho que sus características físicas sean excepcionales. Otros cantantes intentan cantar el papel sin tener la voz adecuada, algo que les impide demostrar lo buenos cantantes que son, bastante ocupados están intentando hacerse oír por encima de una orquesta que les sobrepasa. Este es el caso de Leonid Zakhozhaev, quien cantara el papel el año pasado en Les Arts, un cantante de bella voz pero que se enfrentaba a un papel que le excedía. El resultado fue, parafraseando al gran Mario del Monaco, Nemorino en el Nibelheim. No es de extrañar que para la grabación que se comercializará en DVD se haya optado por el Siegfried de Lance Ryan, cuya voz no es tan bonita como la del ruso (de hecho, no es nada bonita) pero que canta el papel sobrado de energía, sin amilanarse en ningún momento y acaba cerrando la ópera con un magnífico dúo en el que demuestra estar tan fresco como en el primer acto. Mi opinión acerca de Ryan ha mejorado mucho respecto a la que me formé tras el reciente Götterdämmerung. Ayer fraseó con gusto, prestó atención a las dinámicas (sobre todo en una delicada evocación de la madre plagada de pianísimos), se impuso sin dificultad a la orquesta con unos agudos potentes pero nunca gritados y además se metió en el personaje del joven héroe desde el primer minuto hasta el último. ¿Qué más se puede pedir? Pues se podría pedir un sonido menos nasal, aunque no sé hasta qué punto ese sonido dependerá de su técnica o de su naturaleza, en cuyo caso no se podría solucionar (ni falta que hace, grandes cantantes han tenido voces más feas, pensemos en Vickers sin ir más lejos). También se podría pedir una mejora en su pronunciación, que en muchos aspectos deja claro su origen anglófono. Esto sí se puede mejorar y no me cabe duda de que lo hará a medida que adquiera experiencia.
Jennifer Wilson, como ya he dejado claro en diversas ocasiones, es mi debilidad. De todas las veces que la he escuchado, hasta ahora me quedaba con las dos Die Walküre, la de hace dos años y la del pasado miércoles. Pues bien, ayer se superó. Aunque su intervención sea más breve que en las otras dos óperas en las que aparece su personaje, Wilson aprovechó al cien por cien su media hora en escena para meterse al público en el bolsillo con una exhibición de canto en la que deja claro que tiene un instrumento privilegiado y que sabe usarlo para cantar estupendamente. Se me ocurren muchos casos de cantantes, de todo tipo de repertorio, que tienen una de estas dos cosas. Que tengan las dos, muchos menos. Que además puedan cantar un papel tan exigente como el de Brünnhilde, me sobran dedos en una mano. Además, tras las múltiples críticas a su implicación dramática, ayer no le quité el ojo de encima desde que salió a escena montada en su paella gigante y qué queréis que os diga, a mí me basta y me sobra con su actuación, no la encontré deficiente ni mucho menos.
Como Caminante Juha Uusitalo sigue dando muestras de su clase y de lo mucho que ha mejorado en estos años. Su Wotan es más humano que divino, quizá por la falta de rotundidad de su voz que le impide imponerse a la orquesta en determinados momentos. Es en los pasajes más introspectivos donde se encuentra más a gusto, dejando ver una concepción del personaje de gran complejidad psicológica. Precisamente por eso me gustó más en Die Walküre, donde la partitura le da más ocasiones para lucirse.
Gerhard Siegel cantó un Mime muy caricaturesco, lo que no gusta a todo el mundo. A mí, particularmente, sí me gusta cuando se hace bien (y Siegel lo hizo bien) porque recalca el contraste entre el charaktertenor y el heldentenor, entre el enano mezquino y el jóven héroe. Muy buena también su actuación escénica, sobre todo en su encuentro con el correcto Alberich de Franz-Josef Kapellmann en el segundo acto.
Las breves intervenciones de Fafner (Stephen Milling) y el pájaro del bosque (Marina Zyatkova) no desentonaron dentro del elevado nivel que imponían los cantantes principales. Tampoco lo hizo la Erda de Daniela Denschlag, aunque hubiese sido preferible un registro grave más rotundo.
Zubin Mehta siguió en su línea presentándonos un Wagner que fluye sin estridencias, sin aristas, aprovechando al máximo la sonoridad de la excelente Orquestra de la Comunitat Valenciana. El año pasado lamenté la excesiva suavidad con la que enfocó la impactante escena de la fragua, achacándolo a la voluntad del maestro de no sepultar al pobre Zakhozhaev que se las veía y se las deseaba para dar las notas. Ayer, sin embargo, volvió a optar por una fragua suave y contenida, a pesar de tener en escena a un Ryan sobrado de facultades y capaz de superar el muro orquestal sin problemas. Supongo que en su concepción general de la obra no encaja una escena excesivamente explosiva, pero lamento que sea así porque es este un pasaje que invita a perder los papeles y entregarse al exceso sonoro. Esto es lo único que se puede achacar a una dirección que en todo el resto de la obra exprimió la partitura y sacó lo mejor de los pasajes orquestales (excepcionales murmullos del bosque) sin desatender nunca a los cantantes durante todas sus intervenciones.
Zubin Mehta siguió en su línea presentándonos un Wagner que fluye sin estridencias, sin aristas, aprovechando al máximo la sonoridad de la excelente Orquestra de la Comunitat Valenciana. El año pasado lamenté la excesiva suavidad con la que enfocó la impactante escena de la fragua, achacándolo a la voluntad del maestro de no sepultar al pobre Zakhozhaev que se las veía y se las deseaba para dar las notas. Ayer, sin embargo, volvió a optar por una fragua suave y contenida, a pesar de tener en escena a un Ryan sobrado de facultades y capaz de superar el muro orquestal sin problemas. Supongo que en su concepción general de la obra no encaja una escena excesivamente explosiva, pero lamento que sea así porque es este un pasaje que invita a perder los papeles y entregarse al exceso sonoro. Esto es lo único que se puede achacar a una dirección que en todo el resto de la obra exprimió la partitura y sacó lo mejor de los pasajes orquestales (excepcionales murmullos del bosque) sin desatender nunca a los cantantes durante todas sus intervenciones.
La puesta en escena de Carlus Padrissa y La Fura del Baus me pareció más acertada que el año pasado, no sé si debido a los cambios introducidos o a que ayer estaba más abierto a la propuesta que hace un año. Sigue habiendo cosas que no me gustan, como la fila de figurantes de la escena de la fragua con sus inevitables errores de coordinación al seguir el ritmo de los martillazos, a la que se ha añadido un bailarín de break dance que o no estaba el año pasado o había sido pasto de mi amnesia selectiva, pero en todo caso no pinta nada en la escena. Pero en general creo que la puesta en escena es todo un acierto y espero ansioso su edición en DVD para poder deleitarme una y otra vez con su visionado.