jueves, 25 de junio de 2009

Die Walküre (ciclo II) en el Palau de les Arts


Sí, ya sé que dije que no podría asistir a ninguna de las funciones del ciclo del anillo, pero finalmente sí ha podido ser, para mi fortuna. Ayer asistí a la representación de Die Walküre que forma parte del segundo ciclo completo que el Palau de les Arts está ofreciendo en el marco del II Festival del Mediterrani, quizá la función más esperada de la temporada para muchos aficionados por la presencia de un plantel de profesionales excelentes pero sobre todo por la llegada de un mito como es Plácido Domingo para una sola función.

El Palau presentaba un gran ambiente, lleno absoluto desde el principio hasta el final (algo inhabitual en óperas de Wagner, donde las deserciones empiezan a aparecer al final del primer acto). Teniéndo en cuenta que era un día entre semana, que jugaba la selección española, que hacía un calor infernal y que además la función se ofrecía en directo por pantalla gigante en la Plaza de la Virgen, ese lleno tiene mucho mérito.

Zubin Mehta volvió a ofrecernos su particular visión de la obra wagneriana que a unos consideramos adecuada y otros no tanto. A mí volvió a convencerme, sobre todo en el segundo y el tercer acto, donde la orquesta sonó con más garra que en un primer acto excesivamente lírico. Independientemente de la dirección, el sonido de la orquesta y su precisión fueron excelentes, como viene siendo habitual. Diréis que soy un pesado y que siempre digo lo mismo, pero yo no voy a cansarme de repetirlo y ojalá pueda hacerlo durante mucho tiempo.

El primer acto estuvo marcado por las tres grandes voces de sus protagonistas. Pude comprobar con agrado que lo que me habían contado acerca de la soprano holandesa Eva-Maria Westbroek (Sieglinde) era cierto. Una voz inmensa, con un timbre oscuro de gran belleza y un curioso vibrato en los agudos que no afea el canto, y sobre todo una gran artista que carga de intención dramática cada una de sus intervenciones y que se mueve en escena como pez en el agua. Junto a ella, un viejo conocido, Matti Salminen (Hunding), sustituía a un indispuesto Stephen Milling para alegría y regocijo de sus muchos seguidores. Y no es que Milling no sea un gran bajo wagneriano, todo lo contrario, pero Salminen es mucho Salminen y ayer lo volvió a demostrar haciéndonos vibrar con su vozarrón y su fraseo cargado de intención. Con trampas de viejo zorro, dirán. Pues sí, con trampas de viejo zorro, pero a mí denme trampas como esas que no me canso de escucharlas.


Ya que era la estrella de la función y el reclamo para un gran número de asitentes locales y foráneos, vamos a dedicar párrafo aparte a Plácido Domingo (Siegmund). Su entrega escénica fue total, como la de Westbroek, increible en alguien que según distintas versiones está a punto de entrar o ya ha rebasado sobradamente la setentena. Lo mismo puede decirse de su voz, grande y sin el vibrato característico de los cantantes ya entrados en años. Domingo se mueve cómodamente en la tesitura del welsungo, básicamente central con subidas al agudo asumibles para su estado actual, a la que su timbre baritonal sienta estupendamente. Pero aunque respetemos las canas no debemos dejarnos cegar por su resplandor, el Siegmund de Domingo fue de más a menos durante el primer acto a medida que la fatiga empezaba a hacer mella en su resistencia. Sus agudos estaban ahí, pero no dejaban de ser brevísimas incursiones en un territorio incómodo que rápidamente abandonaba para volver a la zona media (sirvan como ejemplo unos Wälse, Wälse que apenas duraron un suspiro) . El acto acabó con un Domingo con problemas de fiato que defendió dignamente su papel pero distó mucho de ser el joven intrépido y desafiante que Wagner nos presenta en su partitura y que, en su particular fraseo de bajo vuelo, lastró a una orquesta totalmente entregada a su comodidad.


Lo mejor estaba por llegar, sin embargo. El segundo acto empezó con una orquesta mucho más viva, con una espectacular Jennifer Wilson (Brünnhilde) lanzando agudos potentes y afilados a lo Birgit Nilsson y con un Juha Uusitalo (Wotan) que ha mejorado considerablemente respecto a la última vez que le escuché, hace un año como Wanderer en Siegfried. Ya entonces me gustó, pero es que lo de anoche fue algo increíble. Su voz se ha oscurecido y ensanchado, gozando ahora de unos graves potentes y muy bellos, pero por encima de eso su capacidad para el fraseo, para la matización (qué pianísimos, señoras y señores) le convierten en una referencia inexcusable para el público wagneriano de la actualidad. Por primera vez en mi vida he deseado que el monólogo de Wotan, que normalmente se me hace cuesta arriba, durase más y más. Un Wotan de muchísimos quilates, digno compañero de escena de una Brünnhilde que, como ya sabéis, me apasiona. Junto a ellos, la excelente Fricka de Anna Larsson, con una intervención más breve pero que le permitió lucirse y exhibir una voz sana y hermosa.


En el tercer acto, tanto Westbroek como Wilson acusaron el cansancio, aunque las dos cantaron con dignidad y nos dejaron grandes momentos. Sin embargo, el tercer acto tuvo un dueño y ese fue Juha Uusitalo, con una escena de los adioses antológica. Fue el único de los cantantes con papeles extensos que acabó la ópera en plena posesión de sus facultades vocales, sin que se le notase el inevitable agotamiento que supone esta obra.

La puesta en escena, tantas veces comentada, me ha gustado más que la primera vez que la ví hace dos años. A diferencia del reciente Götterdämmerung, no bombardea nuestra retina con un exceso de información visual, sino que acompaña al texto cuando es necesario, lo complementa presentando imágenes del prólogo en flashback durante el monólogo de Wotan (todo un acierto) y deja las pantallas apagadas o con imágenes neutras (el árbol del primer acto, el cielo estrellado del segundo) cuando no es necesario presentar algo nuevo, permitiéndonos centrarnos en la observación de los cantantes. Por cierto, el cambio en el encendido de la roca de Brünnhilde en el tercer acto, también conocida como el paellero, me parece un acierto, mucho más agil que hace dos años.

También podéis leer las crónicas de Atticus, Maac y Papagena.

5 comentarios:

Joaquim dijo...

Los Dominguistas te agradecerán una entrada como esta.
Gracias por contárnoslo.

Atticus dijo...

Extraordinria narración de una magnífica noche que fue aún mejor con tu presencia

assai dijo...

Una crónica estupenda para una gran noche en la que disfrutamos de tu compañía.

Gracie mille!

elPac dijo...

Quina alegria sentir-te (millor dit, llegir-te) que el "sábado más"! Com que pensàvem que no hi estaries, estàvem uns quants preocupats (i parle en plural) per que no podríem llegir les teues cròniques de l'Anell. Coincidim en tot, gràcies per la crònica valquiriana.

Titus dijo...

ElPac, gràcies per les teves paraules. Més preocupat estava jo per no poder anar a cap de les funcions dels dos cicles, però al final he tingut sort i he pogut anar tant a aquesta excel·lent Valquíria com al proper Siegfried, que promet ser tot un espectacle. Al Götterdämmerung, per desgràcia, em serà impossible anar.