Fidelio es una ópera a la que tengo mucho cariño desde siempre. Ese cariño incrementó cuando fue la elegida para inaugurar el Palau de les Arts en el 2005, con una serie de funciones que alcanzaron un nivel elevadísimo. Ahora, seis años después, Fidelio vuelve a Les Arts y aunque mi cariño hacia este título sigue siendo el mismo o mayor, hay que analizar los cambios que ha sufrido el reparto, a priori de inferior categoría, para ver si el nivel se ha mantenido.
Para empezar, si en la inauguración del Palau todos quedamos sorprendidos con la excepcional calidad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat Valenciana, ayer demostraron que en estos años esa calidad no ha hecho más que ir en aumento. Pocos pueden dudar de que estas formaciones, hoy por hoy, estén al nivel de otras de mucho más renombre y de mayor tradición en el continente europeo. Y seguramente, quienes lo duden tendrán motivos que poco tienen que ver con lo musical. Desgraciadamente, ya se oyen voces que anuncian la marcha de parte de los miembros de la orquesta debido a la mala gestión de la misma. Ojalá no sea así, porque uno de los principales motivos para acudir a Les Arts cada vez que se programa una ópera, aunque sea un título poco interesante y el reparto sea mediocre, es la calidad asegurada de sus cuerpos estables.
Zubin Mehta volvió a demostrar que le tiene cogido el pulso a Fidelio y a la orquesta. Se le suele acusar de ser un director superficial, efectista y de abusar del volumen orquestal sin tener en cuenta a los cantantes, pero ayer, tal y como pasó hace seis años, no hubo nada de eso. La música de Beethoven sonó a Beethoven del bueno, del de la vieja escuela, con tensión de principio a fin, sin desparrames ni explosiones orquestales de dudoso gusto. Salvo en desajustes puntuales durante la obertura de la ópera, la orquesta respondió a sus exigencias con precisión y con un sonido espectacular. Como ya se ha comentado en blogs, foros y prensa, la obertura Leonora III que se interpreta en el segundo acto es el mejor momento de la noche y unos de los mejores de la corta historia de Les Arts. Ya lo fue en el Fidelio del 2005 y lo vuelve a ser ahora, quizás con un sonido aún más depurado.
Como ya hemos dicho, el handicap de este Fidelio está en su reparto, menos atractivo que el del 2005. Ni Jennifer Wilson es Waltraud Meier, ni Stephen Milling es Matti Salminen. Peter Seiffert sí que es Peter Seiffert, pero con seis años más a cuestas, y además seis años en los que ha cantado Tristan, Tannhäuser, Parsifal... Vamos a ver cómo resultaron estos cambios respecto al Fidelio que muchos teníamos idealizado en nuestra memoria.
Empezaremos por el único que repetía, Peter Seiffert. Sorprendentemente, lo encontré mejor incluso que en su Florestan de hace seis años, con un vibrato ancho presente pero menos pronunciado que en aquella ocasión. Demostró que sigue siendo la referencia actual en este papel, con una línea de canto esculpida con clase, llena de detalles y de gran intensidad dramática. Su voz sigue sonando joven por timbre, homogeneidad y potencia, a pesar del ya mencionado vibrato. Es un tenor que me gusta mucho y ayer volvió a darme motivos para seguir teniéndolo entre mis preferidos.
Sin embargo, Jennifer Wilson, que tenía por delante el difícil reto de competir contra el recuerdo de Waltraud Meier, no sólo no consiguió hacer que nos olvidáramos de la alemana, sino que ni tan siquiera sacó adelante el papel de forma satisfactoria. Yo, que quedé encantado con su Brünnhilde en el Anillo de la Fura (por fin una Brünnhilde que cantaba y no gritaba), que la defendí frente a quienes la encontraban fría (aún hoy sigo diciendo que de eso nada), llegué a Les Arts predispuesto a disfrutar con su actuación a pesar de posibles defectos, pero lo cierto es que salí muy decepcionado. Aunque empezó bien, imponiéndose en el canon del primer acto por sus innegables cualidades vocales, fracasó en su aria al atragantársele las agilidades. Aparte del hecho mismo de no superar esta dificultad, el esfuerzo que realizó intentándolo hizo que llegara al agudo a trompicones y pasó lo que tenía que pasar, lo resolvió gritando. No me lo podía creer, alguien capaz de cantar todas las notas de las tres jornadas del Anillo (repito: cantar) estaba gritando. ¡Qué decepción! En el entreacto pensé que quizá en su dúo con Florestan, por el tipo de escritura más "wagneriana", se encontraría más cómoda y así fue, lo cantó correctamente, pero sus intervenciones previas a ese dúo volvieron a estar llenas de gritos y agilidades mal resueltas. Dramáticamente, quienes la encontraron fría en el Anillo la volverán a encontrar fría aquí, pero qué queréis que os diga, yo no busco calidez en la ópera, lo que busco es canto de calidad. Como Brünnhilde lo ofreció y sigo recordándola con admiración. Como Leonore no, y de ahí y sólo de ahí que me llevase una decepción. No es este un papel que se adapte a sus medios y debería plantearse retirarlo y centrarse en aquellos que más le convienen.
Stephen Milling no nos hizo olvidar a Salminen pero tampoco nos hizo añorarlo. Simplemente, nos ofreció otra concepción de Rocco, más humana, menos imponente. A su voz, de gran calidad y calidez, se une un cuidado en la línea de canto y una atención al detalle que hizo que el conjunto de su actuación resultase modélico. Estuvo al nivel de su Gurnemanz, aunque el papel de Rocco tenga menos miga en comparación.
Yevgueni Nikitin era el único que partía con ventaja, pues en el Fidelio del 2005 el papel de Don Pizarro fue cantado de forma deficiente por Juha Uusitalo (posteriormente, su Wotan estuvo mucho mejor). Pues, aunque su voz es mucho más atractiva y tiene más volumen que la del finlandés, lo cierto es que en la primera de sus intervenciones anduvo más perdido que Andy y Lucas en una biblioteca y luego no supo levantar el papel. Qué lástima, dos Pizarros en la historia de Les Arts y dos fiascos.
Bien sin más estuvo Sandra Trattnigg como Marzelline, con unos medios vocales más bien limitados y mejor Karl-Michael Ebner como Jaquino, de quien podría decirse lo mismo. De los dos prisioneros que cantan durante el coro del primer acto, mejor el tenor Javier Agulló que el bajo Mika Kares.
Por último, me alegré de poder escuchar al veterano Robert Lloyd en el brevísimo papel de Don Fernando. La verdad es que me lo esperaba con la voz en peores condidiones y lo encontré bien, muy entero y haciendo gala de su gran carisma sobre las tablas. No creo que esté para cantar mucho más, pero como Don Fernando es todo un lujo su presencia.
Sobre la puesta en escena de Pier'Alli, he de decir que, o bien ha cambiado en muchos aspectos desde su estreno, o bien yo la recordaba como menos lograda, porque lo cierto es que me volvió a gustar y yo creía que esta vez no lo iba a conseguir. Estéticamente es muy atractiva, pero yo la recordaba como estática y ajena a la dirección de actores. y sí, hay estatismo (epecialmente en el coro del segundo acto), hay cantantes plantados en la boca del escenario cantando su aria sin moverse, pero también hay aciertos, como la iluminación o las proyecciones y en conjunto no está nada mal.