Uno había leído tantas cosas sobre esta producción de Parsifal, casi todas tan negativas, que iba temiéndose lo peor. Y al final resulta que no sólo no está tan mal, sino que, exceptuando la mamarrachada del final, está muy bien, incluso en algunos aspectos se sitúa entre lo mejor que nos ha ofrecido el Palau de les Arts en su corta historia.
El principal de estos aspectos es la dirección de Lorin Maazel y el sonido que saca de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Ya comenté cuando Mehta nos trajo las tres primeras entregas del Ring que era un lujo poder escuchar su peculiar visión lírica de la música de Wagner (especialmente en el Oro y la Walkiria, donde estuvo mejor que en Sigfrido), pero a la vez era una lástima que estuviésemos perdiéndonos el Wagner de Lorin Maazel, que al menos en disco es espectacular. La oportunidad de escuchar al maestro Maazel en este repertorio ha llegado con esta obra cumbre del repertorio wagneriano, que nunca antes había dirigido y que, quizá por eso, nos ha brindado su mejor dirección en estos tres años. Puede que sea porque es su primera aproximación a la obra, por respeto, por falta de confianza, quién sabe, pero Maazel no dejó ni uno de los ensayos a su segundo de a bordo, se implicó como no había hecho con ninguna otra obra y nos dejó una dirección donde nos ofrecía todas las cualidades positivas a las que ya nos había acostumbrado, con un sonido orquestal de ensueño y algunos momentos puntuales (transformación del primer acto, encantamiento del viernes santo) realmente hermosos. Además no jugó con los tempi y las dinámicas de forma tan caprichosa como nos tiene acostumbrados. Optó, como era previsible, por unos tempi lentos pero cargados de intensidad, como ya hizo Gatti este verano en Bayreuth, aunque en el segundo acto se puso las pilas y aceleró el paso. Wagner se puede interpretar desde otra óptica diferente, pero no mejor de lo que lo hizo Maazel ayer.
Si la orquesta destacó ayer excepcionalmente dentro del altísimo nivel en el que suelen estar, el Cor de la Generalitat Valenciana tuvo, sobre todo en el primer acto, momentos en los que parecía no estar a gusto. No sé si se deberá a que la puesta en escena obliga al coro femenino y al infantil (Escolania de la Mare de Déu dels Desamparats) a permanecer fuera del escenario, pero, sin dejar de estar bien, no lo estuvieron tanto como en otras ocasiones, Y es una lástima, porque Parsifal es una obra donde tienen la oportunidad de lucirse en el cierre del primer y el tercer acto. Aún así, por incómodos que estuviesen, no dejan de ser un excelente coro. Además, hubo otros momentos, como la escena de las muchachas flor, donde sí cantaron con su nivel de excelencia habitual.
Vocalmente este
Parsifal estuvo muy bien servido, con una notable excepción en el papel de Kundry.
Christopher Ventris es el Parsifal de la actualidad, con permiso de Plácido Domingo, que aún canta el papel aunque con menor frecuencia. Todos conocemos ya sus cualidades, una voz robusta y bella, con gran volumen, y una capacidad interpretativa destacable. Baste decir que ayer estuvo especialmente bien, sobre todo en el segundo acto, que es donde tiene su prueba de fuego.
También estuvo muy bien el bajo danés
Stephen Milling, a quien ya conocíamos por haber interpretado estupendamente el papel de Fafner en el
Oro y
Sigfrido. Dominando una voz imponente para plegarla a la expresividad requerida por la partitura, Milling nos ofreció momentos de gran belleza y se ganó a pulso ser el cantante más destacado y más aplaudido de la función. Un bajo que está llamado a hacer grandes cosas y que será, por vocalidad y por estilo, el sucesor de Matti Salminen.
Otro bajo con una actuación destacable, aunque breve, fue
Alexánder Tsymbalyuk (el Timur de la reciente
Turandot) en el papel de Titurel. Debido a las carácterísticas del teatro, con un foso entre la última fila de los cuatro pisos y la pared trasera, su voz se proyectó desde abajo hacia arriba, rebotando en la pared trasera y proyectándose hacia delante. El efecto fue tal que los que estábamos en la última fila del cuarto piso nos giramos para ver si lo teníamos detrás, cuando en relidad lo teníamos cuatro pisos por debajo. Se comenta que su voz pudo estar amplificada, pero desde mi posición casi puedo asegurar que no fue así, sino que se aprovechó la peculiar construcción del Palau. Una voz importante, en todo caso.
En el papel de Amfortas,
Evgueni Nikitin optó por una interpretación en la que buscaba más la belleza vocal que el patetismo. Ciertamente posee una voz bonita y de gran volumen, pero no es así como debe sonar Amfortas. No había dolor en su voz, no había desgarro, no transmitía toda la carga dramática que debía transmitir. Eso sí, vocalmente no se le pueden poner pegas.
Serguéi Leiferkus, un Klingsor en la más pura tradición caricaturesca de Franz Mazura, estuvo muy bien tanto en lo interpretativo como en lo vocal.
Me dejo lo peor para el final.
Judit Németh fue una Kundry chillona, con agudos destemplados y con graves inaudibles. Estuvo a mucha distancia del resto del reparto, sin llegar a empañar la función pero sí destacando como lo más negativo. Sigo lamentando mi suerte por haber tenido que asistir a la única función donde no canta Violeta Urmana, que según me comentaron ayer en el primer entreacto, está cantando la mejor Kundry de su carrera, que es casi como decir la mejor Kundry a la que se puede aspirar hoy en día. Y pensar que en principio estaba programada Katarina Dalayman...
Y ahora, la polémica.
Werner Herzog ha recibido críticas devastadoras tras esta producción de
Parsifal, bastante inmerecidas según mi opinión. La puesta en escena se encuadra en el estilo
neososo al que ya estamos acostumbrados en el Palau. En este caso, podíamos definirlo como una variante galáctica del neososismo. Neososo, aunque bonito, era el montaje de Fidelio con el que el Palau echó a andar. Neososos fueron los montajes de
La Bruja,
Simone Boccanegra,
Carmen (este, además, fue un horror),
Don Carlo y puede que alguno más que ahora no me viene a la memoria. Lo neososo no es ni bueno ni malo por sí solo, sólo es aburrido, monótono, pero al menos deja cantar a gusto y no distrae la atención del espectador con tonterías.
En este caso, hubo algunas pegas pues algunos elementos rozaban lo ridículo: la antenita giratoria del primer acto, los apliques halógenos del radiotelescopio que preside el Templo del Grial, el copón que no pega con el resto de la escenografía, toda la escena de las muchachas flor (aquí muchachas anémona) que parece sacada de La Sirenita y sobre todo el horroroso final, con la proyección de un Palau de les Arts transformado en platillo volante que surca el espacio. Si algún teatro compra esta producción supongo que se eliminará esta última parte y se dejará sólamente el cielo estrellado, con lo cual el final pasará de ser una mamarrachada a una escena de gran belleza plástica.
Pero no todo fue malo. La transformación del bosque en el Templo del Grial me gustó, la aparición de Klingsor en una plataforma elevada y su búsqueda de Pársifal con un foco que recorría todo el teatro fueron un acierto, el momento en el que Parsifal atrapa la lanza está muy bien resuelto y lo mejor, la iluminación es excelente, recordando por momentos al nuevo Bayreuth de Wieland Wagner.
En general, y exceptuando el final, una puesta en escena correcta, que no entrará en los libros de historia de la ópera pero que tampoco se merece la mayoría de comentarios negativos que está recibiendo. Eso sí, el final es vergonzoso e indigno de un artista como Herzog.
Se me olvidaba comentar que ayer hubo llenazo de habituales de los blogs en el Palau de les Arts, con la visita de Joaquim y Colbran que se unieron al grupo habital de valencianos en pleno. Con gente así da gusto ir a la ópera o a donde haga falta.