Con Lorin Maazel, más que a una Turandot uno asiste a una Tuuuuraaaandoooooot. El maestro se despide de la titularidad al frente de la Orquestra de la Comunitat Valenciana firmando la que probablemente sea su mejor dirección, junto con el Parsifal que inauguró esta temporada. Como en aquella ocasión, se decanta por unos tempi exageradamente lentos y majestuosos, algo que no es inusual aplicado a Wagner pero sorprende aplicado a Puccini. Nunca había tenido la sensación de que estaba captando hasta el más nimio detalle orquestal en una Turandot hasta ayer. En cierto sentido, encontré muchos puntos en común con la Madama Butterfly que cerró la temporada pasada. En ambos casos, Maazel se llevó el gato al agua con una dirección orquestal sobresaliente que destacaba muy por encima de los cantantes, aunque hay que decir que en esta Turandot, quizá porque la música se presta más a ello, Maazel ha llevado al límite su peculiar estilo de dirección y ha conseguido resultados inmejorables.
Por supuesto, para sostener la tensión con unos tempi tan pausados hace falta una orquesta y un coro excepcionales. Es especialmente loable la prestación del Cor de la Generalitat Valenciana, por cuanto están sometidos a un tour de force cada vez que tienen que mantener una nota durante segundos y más segundos. En los finales de los tres actos, la prestación de la orquesta y el coro llega a unas cotas de espectacularidad impresionantes.
Desde las primeras y larguísimas notas, antes de que aparezca en escena el mandarín para cantar aquello de Popolo di Pekino, ya queda claro que uno no va a asisitir a una Turandot cualquiera. Efectivamente, todo queda confirmado cuando Ventseslav Anastasov empieza a cantar: Poooooooopooooloooooo diiiiii Peeeekiiiiiiiiiinoooooooooooooo. Y al principio es inevitable preguntarse: "¿Quedará esto bien? ¿No es demasiado exagerado?" Pero no, la música sigue fluyendo y en pocos minutos uno está ya totalmente cautivado por la labor del maestro. Sólo encontré una pega, mínima, y es que la escena de Ping, Pang y Pong en el primer acto quedó un tanto deslucida a causa del tempo pausado. Sin embargo el resto de sus intervenciones, incluida su deliciosa escena en el segundo acto, gozaron de unos tempi adecuados y quedaron correctamente integradas en la trama. Fabio Previtali (Ping), Vicenç Esteve (Pang) y Gianluca Floris (Pong) estuvieron muy bien en lo vocal y en lo actoral.
Igual que he dicho que el tempo perjudicó a las máscaras en el primer acto he de decir que por la misma razón nuestra querida Alexia Voulgaridou (Liù) y Francesco Hong (Calaf) tuvieron la oportunidad de lucirse gracias al colchón orquestal que les ofreció Maazel para Signore, ascolta y Non piangere, Liù. Desgraciadamente, ambos desaprovecharon esta oportunidad, Voulgaridou a causa de su conocido canto rutinario y carente de la más mínima emoción, lo que en Liù es inadmisible y Hong debido a sus carencias en una zona grave completamente áfona. Otro de los puntos en común entre la Madama Butterfly del año pasado y esta Turandot es el tenor. Francesco Hong, al igual que Massimiliano Pisapia, quien cantó el Pinkerton entonces, tiene un gran registro agudo, fácil, timbrado y potente, pero es insuficiente en el registro medio y carece de la más ligera sombra de graves. Se creció, por tanto, en la escena de los enigmas, donde soltó agudos por doquier (aunque evitó el do opcional en Principessa altera, no sé si a instancias propias o de Maazel) y en el final del Nessun dorma. Por lo demás, su fraseo y su dicción son más que correctos para tratarse de un cantante coreano y la única pega que se le puede poner es la falta de garra, de intención, de temperamento.
Mucho mejor estuvo la Turandot de Elisabete Matos, voz grande pero bien manejada, con agudos brillantes y seguros. Sentí vergüenza ajena cuando ví como el público ovacionaba de forma exagerada a Voulgaridou y sin embargo no pasaban de un aplauso de cortesía con Matos, que demostró ser muy, pero muy superior a la griega. Creo que se debe a que se aplaude el personaje más que la interpretación, porque de otra forma es inexplicable. Desde luego, hay Voulgaridou para rato, cada vez que viene sale braveada. Su actuación de ayer no fue como parea abuchearla, al menos no desafinó como en su Luisa Miller o su Marguerite de Faust, pero de ahí a ser la más apludida...
Lamentablemente, en la función de ayer el papel de Timur no estuvo interpretado por Alexander Tsymbalyuk, de quien todos están hablando maravillas, sino por Orlin Anastassov, que no pasó de la corrección.
Respecto a la producción, con ligeras variaciones pero es la misma del año pasado, por lo que no voy a volver a repetir mis impresiones. Podéis leer lo que escribí entonces
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