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martes, 12 de junio de 2012
Il Trovatore, un gran Verdi en les Arts
Gran tarde de ópera la de ayer para aquellos que decidimos dar preferencia a lo musical sobre lo deportivo. En el Palau de les Arts, dentro del contexto del V Festival del Mediterràni, se ofrecía la tercera de las funciones de Il Trovatore, con un reparto muy atractivo y la garantía de calidad que proporcionan el maestro Mehta a la batuta y los cuerpos estables del teatro valenciano.
De Zubin Mehta dirigiendo Il Trovatore sólo se puede esperar la excelencia, y eso fue lo que nos ofreció. Su dirección fue de manual, enérgica sin ser excesiva cuando así lo exige la partitura, lírica en los momentos adecuados, buscando siempre la pura belleza de los sonidos y facilitando la labor de los cantantes con un manejo virtuosístico del volumen y las dinámicas. Es el primer Verdi que Mehta dirige en Les Arts y esperemos que no sea el último. De la orquesta y el coro nada que decir excepto las habituales alabanzas que tan justamente reciben ambos cuerpos en este y en otros blogs cada vez que actúan. Que sigan así por muchos años.
El altísimo nivel de la orquesta y el coro tuvo su justa respuesta entre los solistas, si bien cabe destacar en la parte negativa al barítono Sebastian Catana, a quien sólo se puede poner en el haber una voz de volumen más que suficiente. En el debe, todo lo demás, desde la emisión ogresca e irregular a las continuas rupturas de la línea de canto. Su Conte di Luna está en las antípodas de la clase y la elegancia que páginas como Il balen del suo sorriso requieren. A pesar de todo, fue amplia e incomprensiblemente aplaudido por el público valenciano.
En lo positivo, lo mejor fue la soprano Maria Agresta, una joven cantante en plena ascensión a la que conocí, como tantos, a través del blog In Fernem Land cuando sustituyó a Sondra Radvanovsky como Amelia en I vespri Siciliani en Turín. Si en vídeo me gustó, ayer en directo me maravilló. Su voz es muy bella, sana, ancha y homogénea y su canto elegante y comunicativo. Si a ello le unimos la resolución impecable de las agilidades y los adornos, incluido un uso del filato que recuerda, salvando las distancias, a las grandes Leonoras de otros tiempos, el resultado no puede merecer menos de un sobresaliente. Una voz verdiana a tener muy en cuenta en el futuro.
Jorge de León, que está debutando en el papel de Manrico en estas funciones, posee una voz impresionante, como puede corroborar cualquiera que lo oiga. Presenciar como se va expandiendo su caudal sonoro a medida que sube al agudo, timbrado y squillante, es algo tan poco habitual que sólo por ello valdría la pena ir a escucharle. Su Manrico, por tanto, comparte características con los que nos dejaron para la posteridad otros tenores dueños de voces privilegiadas como Mario del Monaco o Franco Corelli, para lo bueno y para lo malo. Estamos, por tanto, ante uno de esos Manricos que brillan más en Di quella pira que en Ah si, ben mio, para entendernos. Lo cual, por otra parte, es muy válido, siempre que la pira en cuestión sea de las que levantan al público de sus butacas, y lo fue.
Tanto la mezzo Ekaterina Semenchuk (Azucena) como el bajo Liang Li (Ferrando) cantaron correctamente, pero sin llegar a hacer sombra a los dos protagonistas de la tarde. Me habría gustado algo más de oscuridad en la voz de Semenchuk y algo más de personalidad en la de Li, pero bueno, no son carencias tan graves. A destacar los cuatro cantantes del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo que se encargaron de los papeles menos importantes y lo hicieron más que bien, sobre todo los dos primeros: Ilona Mataradze (Ines), Mario Cerdá (Ruiz), Leonard Bernad (Gitano) y Jesús Álvarez (Mensajero).
La puesta en escena de Gerardo Vera, la verdad, me dejó bastante indiferente. No es un horror estético, aunque por momentos tanta plancha metálica se acerque a ello, ni aporta mucho a la ópera más allá de una discreta efectividad. Está pensada para ser usada también en la Medea que se va a estrenar esta misma semana y efectivamente, vale igual para Il Trovatore que para Medea, para Norma o para Elektra, por decir sólo algunos títulos, siempre que el espectador no sea de los que se llevan las manos a la cabeza ante el más nimio desvío respecto a lo escrito en el libreto. Sí, Manrico lleva un fusil; sí, el Conde lleva un uniforme de oficial prusiano; pero vamos, nada que no estemos ya hartos de ver en tantas y tantas puestas en escena. Y, es justo decirlo, algunas escenas son muy vistosas, como la última, con las celdas de dos alturas en escorzo. Lo peor, para mí, una pobre dirección de actores, especialmente patente en los movimientos (o mejor, su ausencia) de Jorge de León, que canta gran parte de sus intervenciones plantado en mitad del escenario con los brazos pegados al cuerpo.
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