Mostrando entradas con la etiqueta Nikitin. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Nikitin. Mostrar todas las entradas

jueves, 23 de junio de 2011

Jonas Kaufmann canta Fidelio en Les Arts


Antes que nada, quiero agradecer su generosidad a José Luis pues gracias a él pude asistir a la función de Fidelio de ayer en el Palau de les Arts, aprovechando su entrada ya que él no pudo hacerlo.

La función de ayer me dejó mejor sabor de boca que la que ya comenté hace dos semanas porque a una orquesta y un coro excelentes se unió una ligera mejoría en la actuación de Yevgueni Nikitin como Pizarro y una más notable en Jennifer Wilson como Leonore/Fidelio. Aunque sigo creyendo que este papel no es adecuado para las características de la soprano norteamericana y que haría bien si lo eliminara de su repertorio, he de decir que ayer estuvo mucho mejor que el pasado día 11 y que, a pesar de que siguió sufriendo con las agilidades y llegando apurada a los agudos, consiguió salvarlos sin caer en el grito como desgraciadamente hizo entonces.

Zubin Mehta dirigió tan bien como en mi anterior visita a Les Arts, y la orquesta y el coro volvieron a demostrar su excelencia, especialmente al final de la ópera, donde ambas formaciones tienen ocasión de lucirse con una espectacular obertura Leonora III y con el coro final.

Pero si había ayer algo que llamase la atención en el reparto era la aparición, sólamente para esta función, del tenor más mediático de la actualidad, Jonas Kaufmann, que se encargó del difícil pero breve papel de Florestan. A pesar de la poca publicidad que se hizo de su presencia, lo cual resulta sorprendente, gran parte del público de ayer (que no llenó el teatro, aunque faltó poco) venía de otras ciudades sólo para ver a la estrella alemana. Algunos, incluso, para escucharlo. Bueno, esto último es una maldad, pero es que yo soy así, malvado. Mwahahaha!!!

Todo hacía presagiar un éxito: Kaufmann venía de triunfar con un excelente Siegmund en el Met, canta una obra que conoce a la perfección y con la que ya ha obtenido grandes éxitos, en alemán (lo cual es importante no sólo por la dicción y la prosodia propias de un nativo, sino también porque su particular emisión suena más natural cuando canta en su propia lengua que cuando lo hace en francés o italiano). Además, se trata de un cantante que suele ser bastante regular, para lo bueno y para lo malo, así que todos estábamos convencidos de que la cosa iría bien y así fue. Pero independientemente de la crónica de un éxito anunciado, muchos teníamos curiosidad por escuchar en vivo esa voz tan peculiar, o mejor dicho, esa voz emitida de forma tan peculiar, para ver si la cosa funcionaba o no. Vamos a tratar de analizar sus características, siempre desde la profunda ignorancia y el atrevimiento que caracteriza estos apuntes.

Para empezar, ayer Kaufmann estuvo muy bien. Su voz es más grande de lo que pensaba, pero también más opaca, lo que le resta presencia en los números de conjunto. Mientras que cuando cantaba solo su voz llenaba el teatro, si lo hacía junto a Wilson o Nikitin había que hacer un esfuerzo para distinguirla. Su zona alta siempre me ha parecido lo mejor de este tenor y así fue, no sólo porque es la única que está liberada y tiene cierto squillo, sino porque además la alcanza con aparente facilidad y eficiencia. Por contra, su zona media suena gutural, lo que da a su voz ese tono oscuro que tanto gusta a algunos pero que a mi se me atraganta, no sólo porque lo encuentro poco tenoril, sino porque además suena a oscurecimiento artificial. Pues bien, en vivo la sensación de artificialidad disminuye notablemente y aunque la emisión sigue siendo extraña, el centro parece más integrado con el agudo. El timbre resulta más aterciopelado que en las grabaciones, donde muchas veces se da un sonido que algunos llaman "viril" y otros "orco de Mordor", y aunque no es de una belleza arrebatadora, tampoco está desprovisto de atractivo. Estaríamos pues ante un cantante al que no le sienta bien el micrófono, que pone al descubierto irregularidades que quedan camufladas en el teatro. Un caso raro, pues la mayoría de cantantes actuales suelen quedar muy resultones en estudio pero pocas veces dan la talla en directo.

Más allá del análisis de su voz, una de las principales características de su canto es su cuidado de los matices, las dinámicas y la línea de canto. No defraudó en esta faceta, donde hay que destacar, además, su dominio del legato, su fraseo incisivo y su adecuación estilítica, también en lo actoral, donde se implicó mucho. Sólo hubo un exceso, para mi gusto, y este fue el inicio de su escena del segundo acto con la palabra Gott! iniciada en pianissimo y progresando hasta el forte. Aparte de un efecto de dudoso gusto, el sonido en pianissimo fue ciertamente feo y débil, totalmente descolgado del resto del aria, que cantó estupendamente.

Por último, una vez escuchados dos de los tenores que cantan el papel de Florestan en esta producción (falta Lance Ryan, al que no podré escuchar), debo decir que si tuviese que elegir, a pesar de estar ambos muy bien, me quedaría con Peter Seiffert. Otra opinión, probablemente, tendría si ambos hubieran venido a cantar el Siegmund de Die Walküre, pues la juventud y la resistencia de Kaufmann le harían ganar muchos enteros frente al veterano Seiffert, pero hoy por hoy, el maillot amarillo de los Florestanes lo sigue vistiendo Seiffert. Afortunadamente, no hay por qué elegir y podemos escuchar a ambos, incluso a Ryan, al que deseo lo mejor en su próxima actuación.

domingo, 12 de junio de 2011

Fidelio vuelve a Les Arts


Fidelio es una ópera a la que tengo mucho cariño desde siempre. Ese cariño incrementó cuando fue la elegida para inaugurar el Palau de les Arts en el 2005, con una serie de funciones que alcanzaron un nivel elevadísimo. Ahora, seis años después, Fidelio vuelve a Les Arts y aunque mi cariño hacia este título sigue siendo el mismo o mayor, hay que analizar los cambios que ha sufrido el reparto, a priori de inferior categoría, para ver si el nivel se ha mantenido.

Para empezar, si en la inauguración del Palau todos quedamos sorprendidos con la excepcional calidad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana y el Cor de la Generalitat Valenciana, ayer demostraron que en estos años esa calidad no ha hecho más que ir en aumento. Pocos pueden dudar de que estas formaciones, hoy por hoy, estén al nivel de otras de mucho más renombre y de mayor tradición en el continente europeo. Y seguramente, quienes lo duden tendrán motivos que poco tienen que ver con lo musical. Desgraciadamente, ya se oyen voces que anuncian la marcha de parte de los miembros de la orquesta debido a la mala gestión de la misma. Ojalá no sea así, porque uno de los principales motivos para acudir a Les Arts cada vez que se programa una ópera, aunque sea un título poco interesante y el reparto sea mediocre, es la calidad asegurada de sus cuerpos estables.

Zubin Mehta volvió a demostrar que le tiene cogido el pulso a Fidelio y a la orquesta. Se le suele acusar de ser un director superficial, efectista y de abusar del volumen orquestal sin tener en cuenta a los cantantes, pero ayer, tal y como pasó hace seis años, no hubo nada de eso. La música de Beethoven sonó a Beethoven del bueno, del de la vieja escuela, con tensión de principio a fin, sin desparrames ni explosiones orquestales de dudoso gusto. Salvo en desajustes puntuales durante la obertura de la ópera, la orquesta respondió a sus exigencias con precisión y con un sonido espectacular. Como ya se ha comentado en blogs, foros y prensa, la obertura Leonora III que se interpreta en el segundo acto es el mejor momento de la noche y unos de los mejores de la corta historia de Les Arts. Ya lo fue en el Fidelio del 2005 y lo vuelve a ser ahora, quizás con un sonido aún más depurado.

Como ya hemos dicho, el handicap de este Fidelio está en su reparto, menos atractivo que el del 2005. Ni Jennifer Wilson es Waltraud Meier, ni Stephen Milling es Matti Salminen. Peter Seiffert sí que es Peter Seiffert, pero con seis años más a cuestas, y además seis años en los que ha cantado Tristan, Tannhäuser, Parsifal... Vamos a ver cómo resultaron estos cambios respecto al Fidelio que muchos teníamos idealizado en nuestra memoria.


Empezaremos por el único que repetía, Peter Seiffert. Sorprendentemente, lo encontré mejor incluso que en su Florestan de hace seis años, con un vibrato ancho presente pero menos pronunciado que en aquella ocasión. Demostró que sigue siendo la referencia actual en este papel, con una línea de canto esculpida con clase, llena de detalles y de gran intensidad dramática. Su voz sigue sonando joven por timbre, homogeneidad y potencia, a pesar del ya mencionado vibrato. Es un tenor que me gusta mucho y ayer volvió a darme motivos para seguir teniéndolo entre mis preferidos.

Sin embargo, Jennifer Wilson, que tenía por delante el difícil reto de competir contra el recuerdo de Waltraud Meier, no sólo no consiguió hacer que nos olvidáramos de la alemana, sino que ni tan siquiera sacó adelante el papel de forma satisfactoria. Yo, que quedé encantado con su Brünnhilde en el Anillo de la Fura (por fin una Brünnhilde que cantaba y no gritaba), que la defendí frente a quienes la encontraban fría (aún hoy sigo diciendo que de eso nada), llegué a Les Arts predispuesto a disfrutar con su actuación a pesar de posibles defectos, pero lo cierto es que salí muy decepcionado. Aunque empezó bien, imponiéndose en el canon del primer acto por sus innegables cualidades vocales, fracasó en su aria al atragantársele las agilidades. Aparte del hecho mismo de no superar esta dificultad, el esfuerzo que realizó intentándolo hizo que llegara al agudo a trompicones y pasó lo que tenía que pasar, lo resolvió gritando. No me lo podía creer, alguien capaz de cantar todas las notas de las tres jornadas del Anillo (repito: cantar) estaba gritando. ¡Qué decepción! En el entreacto pensé que quizá en su dúo con Florestan, por el tipo de escritura más "wagneriana", se encontraría más cómoda y así fue, lo cantó correctamente, pero sus intervenciones previas a ese dúo volvieron a estar llenas de gritos y agilidades mal resueltas. Dramáticamente, quienes la encontraron fría en el Anillo la volverán a encontrar fría aquí, pero qué queréis que os diga, yo no busco calidez en la ópera, lo que busco es canto de calidad. Como Brünnhilde lo ofreció y sigo recordándola con admiración. Como Leonore no, y de ahí y sólo de ahí que me llevase una decepción. No es este un papel que se adapte a sus medios y debería plantearse retirarlo y centrarse en aquellos que más le convienen.


Stephen Milling no nos hizo olvidar a Salminen pero tampoco nos hizo añorarlo. Simplemente, nos ofreció otra concepción de Rocco, más humana, menos imponente. A su voz, de gran calidad y calidez, se une un cuidado en la línea de canto y una atención al detalle que hizo que el conjunto de su actuación resultase modélico. Estuvo al nivel de su Gurnemanz, aunque el papel de Rocco tenga menos miga en comparación.

Yevgueni Nikitin era el único que partía con ventaja, pues en el Fidelio del 2005 el papel de Don Pizarro fue cantado de forma deficiente por Juha Uusitalo (posteriormente, su Wotan estuvo mucho mejor). Pues, aunque su voz es mucho más atractiva y tiene más volumen que la del finlandés, lo cierto es que en la primera de sus intervenciones anduvo más perdido que Andy y Lucas en una biblioteca y luego no supo levantar el papel. Qué lástima, dos Pizarros en la historia de Les Arts y dos fiascos.

Bien sin más estuvo Sandra Trattnigg como Marzelline, con unos medios vocales más bien limitados y mejor Karl-Michael Ebner como Jaquino, de quien podría decirse lo mismo. De los dos prisioneros que cantan durante el coro del primer acto, mejor el tenor Javier Agulló que el bajo Mika Kares.

Por último, me alegré de poder escuchar al veterano Robert Lloyd en el brevísimo papel de Don Fernando. La verdad es que me lo esperaba con la voz en peores condidiones y lo encontré bien, muy entero y haciendo gala de su gran carisma sobre las tablas. No creo que esté para cantar mucho más, pero como Don Fernando es todo un lujo su presencia.

Sobre la puesta en escena de Pier'Alli, he de decir que, o bien ha cambiado en muchos aspectos desde su estreno, o bien yo la recordaba como menos lograda, porque lo cierto es que me volvió a gustar y yo creía que esta vez no lo iba a conseguir. Estéticamente es muy atractiva, pero yo la recordaba como estática y ajena a la dirección de actores. y sí, hay estatismo (epecialmente en el coro del segundo acto), hay cantantes plantados en la boca del escenario cantando su aria sin moverse, pero también hay aciertos, como la iluminación o las proyecciones y en conjunto no está nada mal.

sábado, 1 de noviembre de 2008

The Parsifal that came from outer space


Uno había leído tantas cosas sobre esta producción de Parsifal, casi todas tan negativas, que iba temiéndose lo peor. Y al final resulta que no sólo no está tan mal, sino que, exceptuando la mamarrachada del final, está muy bien, incluso en algunos aspectos se sitúa entre lo mejor que nos ha ofrecido el Palau de les Arts en su corta historia.

El principal de estos aspectos es la dirección de Lorin Maazel y el sonido que saca de la Orquestra de la Comunitat Valenciana. Ya comenté cuando Mehta nos trajo las tres primeras entregas del Ring que era un lujo poder escuchar su peculiar visión lírica de la música de Wagner (especialmente en el Oro y la Walkiria, donde estuvo mejor que en Sigfrido), pero a la vez era una lástima que estuviésemos perdiéndonos el Wagner de Lorin Maazel, que al menos en disco es espectacular. La oportunidad de escuchar al maestro Maazel en este repertorio ha llegado con esta obra cumbre del repertorio wagneriano, que nunca antes había dirigido y que, quizá por eso, nos ha brindado su mejor dirección en estos tres años. Puede que sea porque es su primera aproximación a la obra, por respeto, por falta de confianza, quién sabe, pero Maazel no dejó ni uno de los ensayos a su segundo de a bordo, se implicó como no había hecho con ninguna otra obra y nos dejó una dirección donde nos ofrecía todas las cualidades positivas a las que ya nos había acostumbrado, con un sonido orquestal de ensueño y algunos momentos puntuales (transformación del primer acto, encantamiento del viernes santo) realmente hermosos. Además no jugó con los tempi y las dinámicas de forma tan caprichosa como nos tiene acostumbrados. Optó, como era previsible, por unos tempi lentos pero cargados de intensidad, como ya hizo Gatti este verano en Bayreuth, aunque en el segundo acto se puso las pilas y aceleró el paso. Wagner se puede interpretar desde otra óptica diferente, pero no mejor de lo que lo hizo Maazel ayer.

Si la orquesta destacó ayer excepcionalmente dentro del altísimo nivel en el que suelen estar, el Cor de la Generalitat Valenciana tuvo, sobre todo en el primer acto, momentos en los que parecía no estar a gusto. No sé si se deberá a que la puesta en escena obliga al coro femenino y al infantil (Escolania de la Mare de Déu dels Desamparats) a permanecer fuera del escenario, pero, sin dejar de estar bien, no lo estuvieron tanto como en otras ocasiones, Y es una lástima, porque Parsifal es una obra donde tienen la oportunidad de lucirse en el cierre del primer y el tercer acto. Aún así, por incómodos que estuviesen, no dejan de ser un excelente coro. Además, hubo otros momentos, como la escena de las muchachas flor, donde sí cantaron con su nivel de excelencia habitual.

Vocalmente este Parsifal estuvo muy bien servido, con una notable excepción en el papel de Kundry. Christopher Ventris es el Parsifal de la actualidad, con permiso de Plácido Domingo, que aún canta el papel aunque con menor frecuencia. Todos conocemos ya sus cualidades, una voz robusta y bella, con gran volumen, y una capacidad interpretativa destacable. Baste decir que ayer estuvo especialmente bien, sobre todo en el segundo acto, que es donde tiene su prueba de fuego.

También estuvo muy bien el bajo danés Stephen Milling, a quien ya conocíamos por haber interpretado estupendamente el papel de Fafner en el Oro y Sigfrido. Dominando una voz imponente para plegarla a la expresividad requerida por la partitura, Milling nos ofreció momentos de gran belleza y se ganó a pulso ser el cantante más destacado y más aplaudido de la función. Un bajo que está llamado a hacer grandes cosas y que será, por vocalidad y por estilo, el sucesor de Matti Salminen.

Otro bajo con una actuación destacable, aunque breve, fue Alexánder Tsymbalyuk (el Timur de la reciente Turandot) en el papel de Titurel. Debido a las carácterísticas del teatro, con un foso entre la última fila de los cuatro pisos y la pared trasera, su voz se proyectó desde abajo hacia arriba, rebotando en la pared trasera y proyectándose hacia delante. El efecto fue tal que los que estábamos en la última fila del cuarto piso nos giramos para ver si lo teníamos detrás, cuando en relidad lo teníamos cuatro pisos por debajo. Se comenta que su voz pudo estar amplificada, pero desde mi posición casi puedo asegurar que no fue así, sino que se aprovechó la peculiar construcción del Palau. Una voz importante, en todo caso.

En el papel de Amfortas, Evgueni Nikitin optó por una interpretación en la que buscaba más la belleza vocal que el patetismo. Ciertamente posee una voz bonita y de gran volumen, pero no es así como debe sonar Amfortas. No había dolor en su voz, no había desgarro, no transmitía toda la carga dramática que debía transmitir. Eso sí, vocalmente no se le pueden poner pegas.

Serguéi Leiferkus, un Klingsor en la más pura tradición caricaturesca de Franz Mazura, estuvo muy bien tanto en lo interpretativo como en lo vocal.

Me dejo lo peor para el final. Judit Németh fue una Kundry chillona, con agudos destemplados y con graves inaudibles. Estuvo a mucha distancia del resto del reparto, sin llegar a empañar la función pero sí destacando como lo más negativo. Sigo lamentando mi suerte por haber tenido que asistir a la única función donde no canta Violeta Urmana, que según me comentaron ayer en el primer entreacto, está cantando la mejor Kundry de su carrera, que es casi como decir la mejor Kundry a la que se puede aspirar hoy en día. Y pensar que en principio estaba programada Katarina Dalayman...

Y ahora, la polémica. Werner Herzog ha recibido críticas devastadoras tras esta producción de Parsifal, bastante inmerecidas según mi opinión. La puesta en escena se encuadra en el estilo neososo al que ya estamos acostumbrados en el Palau. En este caso, podíamos definirlo como una variante galáctica del neososismo. Neososo, aunque bonito, era el montaje de Fidelio con el que el Palau echó a andar. Neososos fueron los montajes de La Bruja, Simone Boccanegra, Carmen (este, además, fue un horror), Don Carlo y puede que alguno más que ahora no me viene a la memoria. Lo neososo no es ni bueno ni malo por sí solo, sólo es aburrido, monótono, pero al menos deja cantar a gusto y no distrae la atención del espectador con tonterías.

En este caso, hubo algunas pegas pues algunos elementos rozaban lo ridículo: la antenita giratoria del primer acto, los apliques halógenos del radiotelescopio que preside el Templo del Grial, el copón que no pega con el resto de la escenografía, toda la escena de las muchachas flor (aquí muchachas anémona) que parece sacada de La Sirenita y sobre todo el horroroso final, con la proyección de un Palau de les Arts transformado en platillo volante que surca el espacio. Si algún teatro compra esta producción supongo que se eliminará esta última parte y se dejará sólamente el cielo estrellado, con lo cual el final pasará de ser una mamarrachada a una escena de gran belleza plástica.

Pero no todo fue malo. La transformación del bosque en el Templo del Grial me gustó, la aparición de Klingsor en una plataforma elevada y su búsqueda de Pársifal con un foco que recorría todo el teatro fueron un acierto, el momento en el que Parsifal atrapa la lanza está muy bien resuelto y lo mejor, la iluminación es excelente, recordando por momentos al nuevo Bayreuth de Wieland Wagner.

En general, y exceptuando el final, una puesta en escena correcta, que no entrará en los libros de historia de la ópera pero que tampoco se merece la mayoría de comentarios negativos que está recibiendo. Eso sí, el final es vergonzoso e indigno de un artista como Herzog.

Se me olvidaba comentar que ayer hubo llenazo de habituales de los blogs en el Palau de les Arts, con la visita de Joaquim y Colbran que se unieron al grupo habital de valencianos en pleno. Con gente así da gusto ir a la ópera o a donde haga falta.