lunes, 7 de marzo de 2011

Maazel se despide del Palau de les Arts con 1984


Ayer se cerró una etapa de la corta historia del Palau de les Arts con la despedida de quien ha sido el creador y director titular de su excelente orquesta, Lorin Maazel. Se fue demostrando una vez más que es un grandísimo director y que se ha ganado el respeto y la admiración de los miembros de la orquesta, el coro y el público. Desgraciadamente, también ha demostrado que su talento como compositor no es acorde a su buen hacer con la batuta. Y es que su ópera 1984, representada en tan sólo tres ocasiones desde su composición (su estreno en Covent Garden, posteriormente en La Scala y ahora en Les Arts) es un engendro que dificilmente habría visto la luz de no tratarse su autor de quien se trata, si no tuviese las influencias que tiene y si no pudiese imponerla por contrato como todos sospechamos que hizo.

Aunque estaba previsto que esta obra se representase en la segunda temporada de Les Arts, una inundación forzó su retirada del cartel y la pospuso hasta ahora. Creo que a todos nos habría gustado que Maazel se pudiese despedir de su público con una obra de más calado, pero Helga no mandó sus sótanos a luchar contra los elementos y las cosas han venido así. Pese a todo, y como ya dije antes, la escasa entidad de 1984, una mezcolanza de estilos sin demasiado criterio (o peor, con un criterio perverso, lo explicaré a continuación) no ha sido impedimento para que Maazel diese lo mejor de sí mismo sobre el podio e hiciese sonar a la orquesta como sólo él sabe hacerlo.


¿Por qué digo que el criterio a la hora de mezclar estilos de Maazel es perverso? Siguiendo el acertado razonamiento de Fernando López Vargas-Machuca en su crónica de la función del pasado viernes (disponible AQUÍ), Maazel usa la música tonal de inspiración pucciniana (pero sin el talento de Puccini, huelga decirlo) para los momentos de exaltación del amor; el blues, el jazz o el estilo de los musicales de Broadway como recuerdo de una época mejor y como esperanza de un retorno a la felicidad y la música atonal para representar el mundo opresivo del año 1984, la dictadura del Gran Hermano y los tejemanejes de la Policía del Pensamiento. En un momento del segundo acto, cuando Winston escucha a una proletaria cantando una melodía de estilo pseudo-Broadway, dice algo así como: "Los proletarios son el futuro. El Partido grita, los proletarios cantan". Creo que esa es la clave de la obra, y que es una clave perversa. Como bien me dijo maac en el segundo entreacto, si Maazel considera que el Partido grita, podría haberse ahorrado buena parte de los gritos que constituyen el tedioso y excesivamente largo primer acto.

Y es que esa es otra de las razones por las que esta obra no consigue alzar el vuelo: el libreto es excesivamente descriptivo y poco teatral. Insiste una y otra vez en retratar un mundo que el espectador con un poco de cultura literaria ya conoce y hace que los personajes caigan con frecuencia en el monólogo infructuoso, totalmente ajeno a la acción. Los momentos con una música más elaborada, como la intervención de Syme o la clase de gimnasia, ambos en el primer acto, están absolutamente aislados de la trama y no tienen otra función que la de servir de ambientación.


Vocalmente, hay que destacar la actuación del Cor de la Generalitat, con el que Maazel se mostró inmisericorde al enfrentarlos a un volumen orquestal excesivo, y de los coros infantiles (Escola Coral Veus juntes de Quart de Poblet, Escolanía de la Mare de Déu dels Desamparats y Pequeños Cantores de Valencia).

Entre los solistas, me gustó Michael Anthony McGee como Winston Smith, más en lo actoral que en lo puramente vocal (habría que escucharlo en alguna obra más cantable para hacerse una idea de sus posibilidades). Nancy Gustafson (Julia), cuya voz acusa el paso del tiempo, no tiene problemas con un papel hecho a su medida. Lo mismo puede decirse del tenor Richard Margison (O'Brien), otra voz importante pero gastada, que me pareció el mejor cantante de cuantos subieron al escenario ayer. Tanto Silvia Vázquez como Andrew Drost, la primera en su doble papel de monitora y de borracha, el segundo como Syme, se enfrentan a una partitura difícil y la salvan de forma impecable. También Lynton Black (Charrington) y Mary Lloyd-Davies (proletaria) cumplen con corrección en sus breves papeles, así como la soprano Irina Ionescu cuyos sobreagudos se oyen por encima del coro de la primera escena y doblan por momentos a Syme en su primera intervención. Graeme Danby (Parsons) fue el único que no dio la talla y quedó tapado por la orquesta con facilidad.

Así como todas las críticas han coincidido en la mediocridad de la música y el libreto, también hay unanimidad en la buena opinión que merece la puesta en escena de Robert Lepage, basada en una plataforma giratoria que sirve para crear diversos ambientes, ayudada por el uso de proyecciones. La estética está muy lograda, mezclando elementos propios de la dictadura stalinista que inspiró a Orwell con otros que le resultan más cercanos al público actual, como los monos de color naranja de los prisioneros que inmediatamente relacionamos con Guantánamo. Lo mejor, sin embargo, no está en la escenografía ni en el vestuario, ambos muy logrados, sino en la cuidadísima dirección de actores, que consiguió sacar lo mejor de cada intérprete, especialmente del protagonista, al que somete a un gran desgaste físico.


A pesar de que su propia obra no está a su altura como director, Maazel fue braveado y aplaudido efusivamente por el público, más como agradecimiento por su labor durante los últimos años que por su calidad como compositor. Como su despedida coincidió con su 81 aniversario, la orquesta le sorprendió tocando "cumpleaños feliz", que fue coreado por el público y acompañado por el lanzamiento de octavillas y papelitos de colores. Tras largos minutos de aplausos, se cerró el telón y con él la primera etapa del Palau de les Arts. Queda por depejar la incógnita que a todos nos preocupa, si la orquesta superará la marcha de su creador y la escasez presupuestaria de Les Arts sin perder su calidad.

7 comentarios:

Atticus dijo...

Una excelente crónica que plasma con claridad meridiana el alcance real de esta defecación mental del Sr. Maazel que se nos quiere colar como la gran genialidad del Maestro.
Tenía un gran interés en conocer tu opinión y me alegra comprobar que coincide con lo que yo pienso. Y con lo que piensa el 90% de las personas que conozco que han visto la obra.
Sin embargo, las críticas aparecidas en prensa hacen prácticamente las mismas reflexiones que nosotros, pero llegan a la conclusión de que el pastiche de Maazel no es tal, sino una genialidad inspiradísima.
De algunos estómagos agradecidos habituales no me ha extrañado. De otros sí.
Gracias por tu lucidísima crónica.

¿Helga estaba?¿le cantó a Maazel con su timbre de ruiseñor?

GLÒRIA dijo...

Titus,
M'entusiasma la teva seguretat. Quan et llegeixo sempre penso que dius el què sens i que les teves opinions -sempre molt ben argumentades- són inamovibles. Tant que sempre em dic: "En Titus té raó".
Crònica excel·lent. El poc que he volgut escoltar de 1984 és, efectivament, un fals Puccini.
Una abraçada!

Titus dijo...

Atticus, a mí también me extrañó leer las críticas aparecidas en algunos medios en las que la obra de Maazel salía tan bien parada. En algunas incluso se felicitaba a Helga por haber traído esta obra, como si no se supiese que fue Maazel quien la impuso, pues esta es la única forma de que se programe semejante cosa.

No ví a Helga, pero supongo que estaría, sólo faltaría que no acudiese a la despedida de Maazel. Aunque entendería que hubiera aparecido a última hora para no tener que tragarse la obrita de marras.

Glòria tant de bó tinguera tanta confiança en el meu propi criteri com la que tens tu. En aquest cas, de totes formes, és fàcil tindre una opinió clara, crec que hi ha coincidència per part del públic i la crítica internacional (la valenciana, com ja s'ha comentat, millor deixar-la a banda).

carmen dijo...

Enhorabuena por tu crónica imperator. Seguiendo tu estilo; ponderada y bien escrita.
Pertenezco al grupo de "desertores no conscientes del momento histórico que viviamos" en esa descripción me encasilló un crítico, el del mundo si no me equivoco. Y yo y aún a pesar de esa consideración, agradezco a mis oídos que no se atengan a toda esa gallofa transcental. Así y "de lo más intrascendente" no tuve ningún empacho en irme despues del segundo acto. No podía más.
A mi me pareció "un pestiño de proporciones ciclópeas" y me dió muchísima pena que fuera la despedida de Maazel, el gran maestro.
Gracias por tu estupenda crónica y un beso para la princesa!

Titus dijo...

Gracias a ti por leerla y comentarla. No te perdiste nada importante desertando tras el segundo acto, aunque a mí tampoco se me hizo tan cuesta arriba. Quiero decir, no me gustó, pero tampoco me molestó hasta el punto de hacerme abandonar la sala. Me molestó más el mensaje maniqueo que se oculta tras la mezcolanza de Maazel que la música en sí, que lo más que hizo fue aburrirme.

Anónimo dijo...

Señor Titus, yo pienso que, a pesar de ser una ópera de música mediocre, para muchos es de agradecer que se pongan cosas como esta en los teatros. Yo llegué al final y no me pareció mala ni la música ni la adaptación libretística salvo algunas licencias que se tomó el libretista que son totalmente válida.
Por otra parte el señor Titus se remite a una supuesta cultura literaria que haría prescindible algunos aspectos descriptivos de los diálogos ¡¿Cultura literaria?! ¡Estamos en España señor! Aquí la gente no se ha leído ni "Pulgarcito" ¿Cree usted que conocen bien "1984"? Se largaron de la sala por la misma razón que se hubiesen largado con "Lulú" o escuchando el "Pierrot Lunar" de Schömberg con el que tantos se corren de satisfacción en el teatro y luego son incapaces de tragárselos en un CD en su casa a la hora de la comida o incluso la de cagar (que sería quizá la más propicia).

Estas óperas modernas atonales tendrán siempre ese problema de no llegar a tanto público como las óperas tonales clásicas o veristas, porque no es natural para el oído asignarle atonalidad a todos los sentimientos. Para la locura y estados mentales patológicos vale, pero de ahí a que nuestro cerebro (si no está enfermo,claro) clame al cielo por más atonalidad y más maquinalidad dodecafónica...
Serán geniales algunas, pero impopulares también por razones otorrinológicas.

Me parece fácil además arremeter contra una obra casi desconocida pero ¿Por qué nadie se mete con cada una de las reposiciones de óperas de copiar y pegar de Rossini llenas de lugares comunes y disparates en sus guiones? ¿Porque ya son clásicos? Si Rossini hubiese nacido en el siglo XX estuviese preso por plagio, autoplagio y "copy and paste", pero resulta que muchos de sus Frankesteins se reponen mil veces al año en las mejores casas de ópera y la gente sale de la sala con los gallumbos adheridos a la piel. Y usted me dirá que la música clásica tenía sus clichés insalvables, pero ¿no los puede tener la moderna so pena de que le llamen poco original a Maazel por parecerse a otros?
Y le repito: a mi no me parece la maravilla del milenio "1984", pero me parece desmesurada la violencia con que han arremetido contra esta ópera en sus blogs usted y el señor Aticus.

Quisiera que (aunque lleguen con 150 años de retraso) hagan lo mismo con las óperas de Rossini o Donizzetti con sus libretos infames y su música tarareable cuando las pongan en vez de limitarse a decir lo mal que cantó fulanita y lo bien que lo hizo el que tocaba la pandereta en la orquesta.

Titus dijo...

Señor anónimo, lamento no poder contestarle dirigiéndome a usted por su nombre pues no ha querido firmar su mensaje. Aun así, le contestaré lo mejor que pueda.

En primer lugar, gracias por recordarme que estamos en España, aunque debo reconocer que ya lo sabía. Sin embargo, discrepo respecto a que aquí la gente no se haya leído ni "Pulgarcito", yo creo que la mayor parte del público de Les Arts conocía lo suficiente sobre la obra como para no necesitar tantas instrucciones. Si estuviésemos hablando del público de un concierto de Andy y Lucas no estaría tan seguro, pero al público operistico le supongo cierto nivel de cultura, al menos el suficiente para no hacer el ridículo jugando al Trivial Pursuit.Recuerde que Verdi y Boito también decidieron que su Otello operístico se saltase toda la presentación de los personajes en Venecia que sí tiene el Othello de Shakespeare y acertaron haciéndolo así.

Por otra parte, respecto a su escatológico final del primer párrafo, le diré que es un error creer que lo que da calidad a la música es que esta pueda servir de banda sonora para nuestros asuntos cotidianos. Si nadie se pone "Lulú" en el CD mientras está comiendo es porque esa música fue compuesta para ser escuchada en teatro, acompañada del resto de elementos de la función teatral. Si a una obra como Lulú le hubiesen puesto música "bonita" al estilo de Bellini o Donizetti, el resultado habría sido totalmente distinto a lo que pretendía Berg. y a estas alturas, discutir sobre la calidad de una maravilla como Lulú es realment innecesario. Si pretendía hacerlo, llega con casi cien años de retraso.

Dice usted que la tonalidad es natural y la atonalidad no lo es. Bien, eso es falso. El sistema tonal es propio de nuestra cultura occidental, pero no de nuestra especie. Otras culturas tienen otros sistemas y para ellos la tonalidad suena tan rara y exótica como para nosotros puede sonar la música javanesa o la indonesia. De la misma forma en que la tonalidad se convirtió en un estándar en occidente, puede dejar de serlo, sólo hace falta estar dispuesto a abrir la mente.

Dice usted que es fácil arremeter contra una obra nueva, yo le digo que es igual de fácil que alabarla, así que si opto por criticar esta es simplemente porque no me gustó. Es una opinión como otra cualquiera, si usted tiene otra diferente hace bien en decirlo. Yo no cuestionaré su libertad a la hora de opinar, pero usted no cuestione la mía.

¿Por qué no me meto con Rossini? En fin, se nota que no me ha oído nunca hablar de Rossini, que no es ni de lejos uno de mis compositores preferidos. Pero entienda que no puede comentarse igual una obra casi de estreno que un clásico. Aunque usted ya ha dejado claro que no opina así, yo creo que el lector de mis crónicas ya tiene una opinión formada sobre Il Barbiere o Lucia y poco puedo aportar hablando de una obra que ya conoce. Sin embargo, en este caso me pareció que era más interesante hablar de la obra en sí misma que de las actuaciones de los intérpretes.

En fin, tengo la sensación de que este diálogo sólo va aservir para que cada uno se haga más fuerte en sus posiciones, y a la vez tengo la duda de si es usted real o no, que hay mucho bromista suelto.